¿Qué será?

Esa sensación extraña en el vientre que te paraliza, que no te deja pensar. Ese horrible sentimiento que sale de tus entrañas y que poco a poco va recorriendo todo tu cuerpo, tus piernas, tus brazos, tus dedos, tu cuello y finalmente se estanca en tu cabeza. Ya que llega a tu cabeza, empieza la fiesta.

Comienza a hacerte dudar. Carcome poco a poco los vagos pensamientos positivos que tienes acerca de todo lo poco (en tu pobre juicio) que te rodea, y los va haciendo pedazos. En ese momento, ya estás en sus garras, y es difícil liberarse. Dudas, dudas y más dudas. ¿Estás haciendo lo correcto? ¿Y si no sale como lo esperas? ¿Y si, como siempre, comienza a funcionar todo y al final se vuelve a reventar? ¿Y si lo que piensas no es lo que deberías de hacer? ¿Si todos los instintos que has tenido en tu vida, están mal? ¿Tienes al menos idea de lo que estás haciendo, y para qué estás aquí?

Esa es su única función: paralizarte. Requiere que estés estático, pensando únicamente en eso que no te deja seguir, que no te deja moverte, que no te deja pensar con claridad, con tranquilidad. Necesita que estés quieto para poder dominarte, someterte.

Sabes a donde tienes que ir, sabes que tienes que hacer, pero no lo haces. Sabes que te tienes que mover, que, si tienes que cambiar algo debes de empezar ya, y aún así no haces nada. Te quedas estancado en el pasado y dudando del futuro, sin vivir el presente. Estancado en lo que hiciste, en "lo que provocaste", te flagelas pensando que no mereces esto, y tratas de explicarte qué fue lo que te trajo aquí, a este momento, en donde estás solo.

Solo, y para colmo, no te caes bien. No te soportas. A fin de cuentas, te conoces (o eso crees), sabes que piensas una cosa y haces otra, y eso te molesta. Te molesta ser así. Tus pensamientos están tristes porque no les haces caso, y al mismo tiempo estás enojado por tus acciones que no corresponden a ellos, y encima de todo, ni siquiera te gusta cómo te ves. Quizá no te odias, pero queda claro que no te amas, que no te respetas, que no te cuidas, y no lo haces porque no te soportas. Y al final de cuentas, eso y odiarse es lo mismo, aunque no lo aceptes. 

Comienzas a mostrar primeros signos de mejoría. “No soy una mala persona”, te repites. Enumeras las pocas virtudes que, a tu parecer, tuviste alguna vez. Y por un momento, suenas convencido. Pero esa quimera no va a permitirte hacer eso, y de nuevo te ataca. - “Si fueras una buena persona, entonces, ¿porqué estas así? ¿ya se te olvidó el daño que has provocado?” -  Y vuelves a dudar. Se repite el ciclo. buscas en todos los rincones de tu memoria esa lista interminable de incongruencias que acumulas, y dudas.  De nuevo te vencieron.

Seguirás así, 5, 10, 60, 90 minutos. Y cuando vuelvas a mostrar mejoría, te atacará de nuevo. Así estés leyendo un libro, lavando los trastes, arreglando tu ropa, ese monstruo no descansa. Sigue ahí, pegado en tu cerebro, cual vil rémora. Como una sanguijuela que se alimenta con tus ganas de salir adelante.

En algún momento dormirá, y pensarás que todo está bien, que tienes todo lo necesario para salir adelante, que todos nos equivocamos, que nuestros errores cuestan y a veces mucho más de lo que quisiéramos, pero sabes que a fin de cuentas mañana saldrá el sol y tendrás la oportunidad de mejorar. Piensas un poco, y te das cuenta que, a pesar de saber eso, no has visto el sol en todo el día. Y vuelves a caer. Te vencieron de nuevo.

Te cansas de darle vuelta a lo mismo, pero tienes mucha tela de donde cortar. Y después de andar por las ramas, llegas a las que crees son las bases de tu conflicto. Tratas de encontrar la madre, la causa raíz de todo esto. Tienes un pequeño momento de lucidez, y al parecer obtienes la respuesta: nadie confía en ti ahora. Ni siquiera tú mismo. No lo puedes creer, pero así es. Intentas asimilar que, si nadie confía en ti, no es gratis. Has hecho todo lo que tuviste a tu alcance para decepcionar a todas y cada una de las personas que alguna vez confiaron en ti. Te duele mucho. Volviste a perder.

La realidad es cruda, y prefieres mejor volver a andar por las ramas. Vuelves al ciclo vicioso de recordar los problemas periféricos. A fin de cuentas, es tu manera de no aceptar la responsabilidad que tienes. Es tratar de responsabilizar a alguien que no eres tú, porque tú eres bueno, y siempre lo fuiste, aunque sabes que eso no es del todo cierto. Y entonces te vuelves a flagelar con tus errores, con todo lo que pudiste hacer y no hiciste, con lo que te pudieron ayudar a hacer y no quisieron. Dentro de todo no eres irresponsable, y te gusta sentirte mal, así que de nuevo aceptas toda la culpa. Ya tocaste fondo, pero hacer todo esto parece hacer aún más largo el camino cuesta arriba, y no solo más largo, sino más difícil de escalar. Sigues perdiendo.

Sabes que, para salir de esto, únicamente cuentas contigo mismo, y entonces recuerdas que no te soportas. Tienes al peor compañero de equipo, y tristemente, no lo puedes cambiar. Y, para colmo, nadie confía en ti. Nadie. No lo olvides.

Tratas de hablar con alguien que te ayude a devolver la confianza. Al estar tanto tiempo desconectado de todo, te das cuenta que en tu ausencia mental la vida ha seguido su curso. Gente que apreciabas fallece, gente que estimas se enferma. Saber que tus problemas parecen más pequeños que eso te hace sentir aún más miserable, más débil, más cobarde. - ¿Qué fue de esa persona que alguna vez fui? - Te preguntas. Y no encuentras la respuesta, y te duele. Continúas perdiendo.

Sales a caminar. No toleras estar donde estás, donde comenzó tu declive mental, donde provocaste todo lo que te aqueja ahora. Miras a la gente, miras a los árboles, los perros, los camiones. Nada parece tener sentido. No disfrutas la oscuridad de la noche, no disfrutas nada. No disfrutas ni tu propia compañía, y no entiendes la razón.

Llevas días así. Parece que esto no tiene fin. Con el pasar del tiempo, te das cuenta que podrías pasar el resto de tu vida como estás. Tienes otro momento de lucidez, y te das cuenta que no vas a poder derrotar a esa quimera, no sin hacer nada. Tienes que aprender a vivir con esto, con esa intranquilidad. Tienes que derrotarla en un terreno donde ella no pueda atacarte, y ese terreno es la vida. Ahora tú no estás viviendo, solo existes.

¿Cuántos días has desperdiciado solo existiendo? Recuerdas a ese amigo que falleció, recuerdas a ese miembro de tu familia que está enfermo. ¿Qué no darían ellos por tener lo que tú tienes y que no quieres ver? Te sientes más miserable, pero te comienza a dar coraje. Vaya, al parecer estás despertando.

Recuerdas esas cosas que, cuando las hacías, te llenaban de satisfacción. Te dan ganas de volverlas a hacer, pero tienes miedo. Recuerdas que estás solo y que ya nadie confía en ti. Nadie. Lloras un poco. No tanto como en días pasados, pero lo vuelves a hacer. Te da un respiro. Vuelve la tranquilidad a tu mente, aunque sea momentáneamente. Sigues teniendo miedo, pero sabes que con miedo nunca vas a salir adelante, así que tomas ese coraje y lo empujas al fondo de tu cabeza para que ahí se quede por un rato.  Parece que funciona.

Estás tan podrido que no sabes por donde comenzar a sanarte. Antes, lo único que tenías bueno en tu vida era un brazo, el izquierdo. Cuando te preguntaban como estabas, volteabas los ojos a tu brazo y pensabas que estaba bien, que no podías estar mejor - Mira, mi brazo, ¿cómo se ve? – decías. Te cortaron el brazo, te obligaste a ver el resto de ti, y que gran sorpresa te llevaste. Estás peor de lo que pudiste haber pensado.

Hoy tengo miedo de salir otra vez,
Tengo miedo de volver a caer,
Me dan miedo las mentiras, ya no tengo más fe,
Tengo miedo de volver a creer.


Por un momento parece que ya te cansaste de sentirte mal, de sentirte miserable. Te das cuenta que la única manera que tienes de deshacerte de esa lápida que estás cargando, es arrastrándola, todos los días un poco, para que se vaya desgastando. No la puedes romper, no tienes un martillo y recuerda que solo tienes un brazo. Vela desgastando poco a poco, poco a poco. Tienes que ser paciente y perseverante por primera vez en tu vida. Te comienzas a enojar un poco más, te enojas contigo. El coraje va creciendo. No estás enojado con la vida, estás enojado contigo. No reprimas ese enojo, déjalo salir, déjalo que fluya...

¡Levántate, chingada madre! Hazlo por ti, por primera vez en tu puta vida. No eres un pendejo, ¿no te has cansado aún? ¡Sal, párate, ríete de nuevo, VIVE! Solo tú puedes curarte. Deja de vivir de tus recuerdos, de lo que pudo ser y no fue. ¡SUPÉRALO! Deja de actuar como un niño. Recuerda quien quieres ser, y actúa en consecuencia de ello. Vence tus miedos, manda a la verga tus vicios, tus demonios, tus culpas, POR FAVOR. Sabes que es lo que tienes que hacer, ahora párate y HAZLO. Deja de desperdiciar días. Valora que entre tanta oscuridad ya has visto destellos de luz, SÍGUELOS. ¿Vas a seguir triste? Claro que si, pero no por eso tienes que dejar de luchar, de moverte. Sabes de lo que eres capaz. Si te has esforzado tanto en destruirte -y lo has hecho muy bien- ¿por qué no ahora te enfocas en ser mejor que nunca? No seas cobarde. Es normal que tengas miedo, es natural, el miedo nos ayuda a estar más despiertos, más atentos, más vivos, APROVÉCHALO. Rompe tus cadenas, perdona tus culpas y aprende a convivir con ellas. 

Te sientes mejor. Sólo un poco. Aceptas tu realidad, pero no estás conforme con ella. Cámbiala, un día a la vez. Vuelve a creer en ti. Vuelve a tener fe. Recuerda que no estás solo, únicamente te sientes así. Sorprende a la vida, sorpréndete a ti. Deja de preocuparte por lo que no puedes controlar ya, libérate. Te lo mereces, aunque a veces no lo creas. Si, te equivocaste muchas veces, pero ya aprendiste, y solo así se aprende. Bendice que tienes esta oportunidad de empezar de cero, aprovéchala. No dejes espacio en tu corazón para el rencor y la rabia, perdona y perdónate. Demuéstrate de lo que eres capaz. Sé la mejor versión de ti, ya sabes tus fallas, ya sabes lo que tienes que repetir y lo que tienes que olvidar. 


Todo va a estar bien.  

Comentarios

Entradas populares de este blog

Zzzzzzzzz...

A veces de un hilo, a veces de un ciento.

Tanta belleza es pecado.