Fleures I

Ella era una princesa. Dios cuando la creo le dijo que iba a darle los ojos mas hermosos del mundo. Y una mirada tierna, profunda y honesta.

Esta princesa vivía sola en su castillo, en aquel reino del poniente donde crecían verdes pastos detras de enormes montes cubiertos de una planta que daba un elixir mágico que, cuando era tomado en exceso por los hombres los convertia en animales.

No solo era una princesa, era un ángel. Cayó del cielo para iluminar el camino de aquel pobre pordiosero, lleno de soledad e inmerso en un mar de preguntas e interminables pensamientos que solamente lo orillaban a ver el cielo y buscar en las estrellas una salida.

Esta princesa de Judá gustaba por caminar. Caminar y pensar. Eso era lo que tenía en común con el pordiosero.

Un día el pordiosero, en uno de los contados sueños que tiene cuando duerme, la vio a ella. Era un bosque, frio, húmedo y con neblina. Mientras buscaba una salida entre aquel laberinto de altos abedules, la vio a ella pasar. Cuando la vio, sabía que ella era la respuesta a todas sus preguntas. Que junto a ella encontraría la paz y el camino hacia la felicidad y la vida eterna.

Desde entonces, el pordiosero vive embriagándose de aquel sueño, y buscando en otras aguas la sed que solo aquella princesa de ojos soñadores puede apagar. Pasa las noches soñando con tener entre sus brazos a aquella princesa de canela.

Alguna vez el pordiosero consultó al oráculo de Burgus en uno de sus interminables viajes, y aquel solo se limitó a decirle "la vida esta hecha de casualidades". Fue una casualidad conocer a esa princesa en ese mundo tan virtual y engañoso de los sueños hace ya 3 siglos, y es ahora una casualidad que, de repente, sus caminos se vuelvan a cruzar.

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